jueves, 16 de junio de 2011

UNA LUZ AMARILLA

FINALISTA III CONCURSO DE RELATOS ESCRITOS POR PERSONAS MAYORES DE LA CAIXA Y RNE 



La tarde transcurre calurosa y húmeda bajo un cielo aburrido y monótono que, lentamente, se encapota cubriéndose de feas nubes de un tono gris plomizo. Las hojas de los álamos se mecen acunadas por un suave vientecillo que, al filtrase entre las matas y los arbustos, impregna el aire de aromas campestres. Se mezclan en confusión los olores del espliego con los del tomillo y el romero; algo más adelante, al acercarnos al río, se hacen más patentes los de la menta y el poleo. Solo la caricia refrescante y perfumada de la brisa, alivia la sensación pegajosa del bochorno. Por la vereda que discurre junto a la corriente de agua, Juan camina despacio, ajeno a cuanto le rodea, pensativo, con la vista clavada en las copas de los árboles. Ha tomado una decisión, la llevará a cabo sin mas demora.
Es una idea que desde hace unos días se ha instalado en su cerebro. Está decidido, lo hará esta misma tarde. Los píes avanzan con movimientos mecánicos, ajenos a su voluntad. Su cerebro, abstraído, concentrado en los recuerdos que le bullen en la mente y que acuden en tropel, agolpándose, intentando prevalecer los unos sobre los otros como si de seres vivos se tratase. Juan se detiene, se sienta en el suelo sobre una piedra y, agotado, recuesta la espalda contra el tronco de un árbol. En las manos, una bolsa de plástico. Durante un rato contempla fijamente el interior. Su mirada refleja de forma alternativa: miedo, indecisión, odio, espanto... La bolsa le resbala de entre las manos y cae al suelo. Él permanece inmóvil, con los ojos clavados en los objetos que contiene, recordando:
Hace cinco años, con motivo de dar cobertura a un acontecimiento deportivo en el que participaban varios jóvenes de su pueblo, recaló en Lugo. Hasta entonces su vida en el pueblo había sido placida, tranquila, previsible, monótona... Los días transcurrían eternos, aburridos y llenos de hastío, encerrado entre las cuatro paredes de su minúscula emisora, delante del micrófono, repitiendo siempre las mismas noticias locales y programando la misma música. Siempre igual.
Juan trabajaba como locutor de la pequeña emisora de su pueblo.
Al segundo día de llegar a la ciudad gallega, paseaba por una de las calles estrechas y angostas de la parte antigua, cuando le llamó la atención el vetusto escaparate de un establecimiento. En él, un letrero de grandes dimensiones pregonaba con grandes letras de molde “DISFRUTAR ES LLENAR TU VIDA DE INFINITAS EXPERIENCIAS” Leyó y releyó varias veces aquel epígrafe. Eso era exactamente lo que su vida necesitaba “nuevas experiencias”, sensaciones que le hiciesen salir de la rutina en la que se hallaba instalado. El estribillo se repetía insistentemente en su cabeza, sin descanso “DISFRUTAR(...) (...)INFINITAS EXPERIENCIAS”. Después de vacilar durante un rato en el que pasó y repasó varias veces ante el escaparate. Por fin se decidió, y lleno de curiosidad entró en el establecimiento. Era un local muy pequeño, mal iluminado, lleno de trastos viejos y polvorientos, con una atmósfera inquietante y misteriosa que olía a suciedad y a bolas de alcanfor. No vio a nadie tras el mostrador.
—¡Hola! ¿Hay alguien?
A su espalda, sin poder precisar como había llegado hasta allí, apareció como por encanto un diminuto anciano de cuerpo encorvado, ojos pequeños y penetrantes de mirada entre pícara y burlona de los que colgaba su enorme nariz aguileña. Cubría su cuerpo con un guardapolvos y, sobre la cabeza, destacaba un gorro de lana: viejo, ajado y arrugado.
—¡Ah! Eres tu —le habló con una familiaridad que, a Juan, no dejó de resultarle extraña—. Pasa, pasa, te estaba aguardando, hace mucho que te espero —le hablaba y le señalaba con insistencia hacia una cortina de terciopelo que algún día había sido roja.
Las palabras del misterioso anciano intrigaron a Juan y obedeció al instante, traspasando al otro lado del pingajo de tela. Una sala minúscula —a la medida del viejo— pensó, con una mesita camilla cubierta por un mantel azul raído y deshilachado; también dos sillas cochambrosas. El dependiente, con un gesto imperativo le señaló una de ellas, luego, abrió una pequeña alacena y extrajo un curioso objeto. Un micrófono de mesa de aspecto antiguo, la superficie cromada brillaba con fuerza inaudita destacando poderosamente entre tanto polvo y suciedad.
—Esto es lo que vienes a buscar —afirmó el anciano y le acercó el curioso micrófono.
—Pero, yo no he pedido nada. —Mientras Juan hablaba, miraba con curiosidad el brillante objeto que, al instante, comenzó a ejercer sobre él un poderoso atractivo. En el interior de aquel micrófono, entre sus rendijas, comenzó a brillar casi imperceptible una tenue luz amarilla.
—Los dos sabemos lo que buscas, es por esto por lo que has entrado, tómalo, acéptalo como un regalo. Con él cambiará tu vida, no te aburrirás nunca mas —pronunció las últimas palabras mirándole a los ojos, entornando el anciano los suyos de una forma, que dejó intrigado a Juan.
Sorprendido y desorientado tomó el micrófono, al cogerlo, un ligero estremecimiento, algo parecido a una ligera descarga eléctrica le sacudió. Sintió como una poderosa energía se introducía en su cuerpo, poseyéndolo, transformándole el carácter. Sin más palabras tomó el micrófono y salió a la calle. No había duda, ahora era otro hombre, lleno de coraje y energía.
Al principio todo fue magnífico, su vida experimentó un cambio radical: comenzaron a llover las oportunidades; tuvo un ascenso profesional poco antes impensable; su verbo, ahora fluido y cautivador, le convirtió en el presentador de moda al que se disputaban las mejores cadenas de radio y televisión. Cambió el modesto cuarto del pueblo por un lujoso chalet en una de las urbanizaciones mas selectas de Madrid. Su éxito con las mujeres fue parejo a la deslumbrante acumulación de triunfos.
Vivió en aquellos días dorados y ahora lejanos, experiencias maravillosas: se enfrentaba con un arrojo imprudente y desconocido a situaciones que, hasta entonces, hubiesen sido para él imposibles de afrontar; derrochaba valor y seguridad en sí mismo; su osadía no encontraba límites: buscaba el riesgo sin miedo, con una decisión temeraria e irresponsable. Con la seguridad que le infundía el micrófono cuando, al contemplarlo en la soledad de su cuarto, veía brillar en su interior, entre sus rendijas, la misteriosa luz amarilla. Probó con éxito todo cuanto su imaginación fue capaz de elucubrar, bastaba con que fuese algo nuevo e impactante: un salto sobre el vacío, una apuesta arriesgada en un casino, la conquista de una mujer inasequible... Cualquier acción que implicara riesgo y aventura le satisfacía, entró en un desenfrenado frenesí de lances, emociones y hazañas, siempre alentado por la misteriosa luz amarilla.
En la misma medida que sus actos se volvían más peligrosos, aumentaba el brillo del micrófono cromado y el del resplandor amarillo que habitaba en su interior. De esa forma tan elocuente, el misterioso objeto le mostraba el camino a recorrer. Juan, cada noche, cuando sacaba su más preciado tesoro —el micrófono— del secreto escondite donde lo mantenía a buen recaudo de alguna visita inoportuna, se complacía contemplando como la luz amarilla crecía en tamaño e intensidad. Ni una sola noche dejó de hacerlo con un celo y una perseverancia obsesivas, casi enfermizas, pasaba horas y horas mirando embelesado el misterioso resplandor. Pero llegó el momento, en que erá realmente difícil, casi imposible, encontrar nuevas actividades que superasen en riesgo e incertidumbre a las ya realizadas y la repetición de experiencias amenazó con caer de nuevo en la rutina.
El micrófono no se conformaba, exigía constantemente un tributo novedoso, no servía repetir, debía ser algo distinto y cada vez más expuesto, más difícil de llevar a cabo. Así, poco a poco Juan se fue deslizando sin remedio por una pendiente de actos cada vez más abyectos y reprobables. Cada nueva acción era necesariamente más perversa que la anterior hasta que, casi sin darse cuenta, cometió su primer asesinato.
Su primera victima fue la más difícil, tuvo que hacer acopio de toda su energía para llevarla a cabo. Después de callejear durante varias horas buscando un objetivo propicio para su terrible plan. Se decidió por una prostituta poco atractiva que vendía su mercancía en la esquina de una calle poco transitada. Después de pactar con ella un precio, la mujer le condujo hasta una casa vieja y destartalada. Subieron por la angosta escalera que olía a humedad y a moho hasta un cuartucho pequeño, sucio y mal iluminado; donde por todo mobiliario había un viejo camastro. Después de exigir su precio la mujer comenzó a despojarse de la ropa. Él se quitó el cinturón simulando que también se desnudaba. Cuando su víctima le dio un momento la espalda se abalanzó sobre ella temblando de miedo y la estranguló. El pánico que sentía le hacía apretar con más fuerza, hasta que después de terribles convulsiones el cuerpo de la mujer cayó inerte, sin vida. Luego se dirigió al cuartucho donde estaba la otra mujer y también acabó con ella. Hubo muchos más, tantos, que llegó a sentir asco y horror de sí mismo. Muchas veces hizo firme propósito de no volver a mirar aquel artefacto maldito, esperaba de esa forma escapar a la tiranía del micrófono y su luz amarilla, cada día mas brillante. Inútil esfuerzo, todo fue en vano, estaba completamente atrapado y la dependencia era absoluta; continuamente debía satisfacer el pago de su gabela, tenía que vivir experiencias cada vez más extremas y arriesgadas. Pero el micrófono siempre pedía más, ya no bastaba con asesinar. La luz ahora tenía un brillo cegador, mucho más brillante e irresistible. Lo que ahora exigía era tan tenebroso que, de solo pensarlo, su animo flaqueaba al comprender lo inútil de su resistencia. El consabido mensaje le martilleaba incesante los oídos sin darle tregua, era imposible librarse del insoportable soniquete: “DISFRUTAR ES LLENAR TU VIDA DE INFINITAS EXPERIENCIAS”.
Juan continúa sentado sobre la piedra, mirando fijamente el interior de la bolsa, hipnotizado por su contenido. Al cabo de media hora consiguió armarse de valor y, en un acto sublime de voluntad, arrojó el micrófono al lugar del río donde las aguas eran más profundas. Al hacerlo, sintió en su interior un dolor agudo y lacerante, que fue cesando en la medida que aquel objeto siniestro se hundía en la corriente. Pero su voluntad seguía controlada, aquel engendro del demonio no le iba a permitir escapar sin ejecutar su última demanda, la experiencia mas sublime, la más insuperable. Minutos después, su cuerpo sin vida se balanceaba colgado por el cuello de una cuerda atada a la rama de un árbol, junto al río. A sus pies, una bolsa de plástico vacía.
Cuentan en el pueblo que, a pocos metros del sitio donde hallaron el cuerpo sin vida de Juan, donde el cauce es más profundo, en las noches oscuras de luna nueva. Una extraña luz amarilla con la forma de un anciano diminuto y encorvado ilumina la corriente, y el viento trae voluptuosos murmullos llenos de sugerentes promesas.


FIN





2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Luis. Me ha gustado mucho tu relato. Ya te lo habiá dicho pero me dices que no lo has recibido. De nuevo lo intento. Saludos.Eumenia.

Unknown dijo...

Me alegra saber que te ha gustado. Muchas gracias por tu comentario.