sábado, 16 de julio de 2011

La función




Carmen es la psicóloga del Centro penitenciario, rondará los treinta y dos años y le apasiona su trabajo con los reclusos. Hace cinco que ocupa ese puesto y ha conseguido ayudar a bastantes de ellos para reorientar sus vidas. Estudia los casos con detenimiento, es obvio que no puede tratar a todo el centro a la vez, luego selecciona a los que considera más necesitados de orientación y comienza su terapia.
El primer paso es conseguir que la acepten, es el paso más importante, a continuación avivar en ellos el deseo de: mejorar, aprender, que se quieran así mismos..., el propio respeto es para Carmen fundamental.
Le absorbe mucho su trabajo, al principio de su matrimonio surgieron algunos problemas con Arturo, su marido, por dedicarle demasiadas horas. Pero eso ya es agua pasada, supieron superarlo, lo que no ha cambiado es su ilusión por ayudar. Cuando tiene noticia de algún preso que, una vez en libertad, ha sido capaz de encarrilar su vida sin volver a delinquir, la alegría y la satisfacción interior es tan grande y tan evidente, que durante varios días todos quienes la conocen saben, solo con verla, el motivo de esa sonrisa perenne adornando su cara.
Con los más inadaptados socialmente está ensayando, con buenos resultados, una terapia que denomina “La tertulia literaria”: Reúne a los integrantes en la biblioteca, los rodea de libros, luego fomenta en ellos el amor por la literatura, no es tan difícil como pueda parecer. Suelen ser personas faltas de afecto y Carmen sabe, por experiencia, como ese tipo de personas reacciona positivamente cuando lo encuentran.
Allí, entre libros, leen obras y luego las comentan. Con los nuevos cuesta un poco hacerles que se decidan, pero una vez han roto el hielo y comienzan a participar, poco a poco se integran y no pocas veces le sorprendió la rapidez con que algunos lo hacían. El siguiente paso es aumentar su grado de participación, que se sientan capaces de hacer cosas positivas. Por ahora ha formado un grupo teatral integrado por tres reclusos: Juan, Carlos y Alberto; la propia Carmen y un funcionario de prisiones: José, también licenciado en Psicología.
Entre todos han escrito una obra de teatro corta, un sainete, ellos mismos lo representarán ante el resto de la población reclusa. Después de una representación, probablemente acudan algunos a solicitar su inclusión en el grupo literario. Uno de sus sueños es hacerlo aumentar tanto, que se vea obligada a dividirlo en dos.
José solo tiene veintiséis años, soltero, cuando terminó sus estudios ante la imposibilidad de ejercer como psicólogo, se presento a una convocatoria para oficial de prisiones, desde entonces, está destinado en el mismo establecimiento que Carmen. No tardó demasiado en contactar con ella y, al poco tiempo, colaboraba sin desatender por ello sus obligaciones.
Carlos ronda los treinta y cinco años. Su vida nunca fue fácil: hogar desestructurado, padres alcohólicos, madre adicta, abandono... Eso fueron su infancia y juventud: desatención, desamor, palos –muchos, demasiados palos–, malas compañías..., en realidad, él mismo era su peor compañía. ¿Como había de ser buena?, si se crío sin el cariño de una familia, en la calle, buscándose la vida como buenamente podía. Siendo demasiado niño comenzó un recorrido, de centro de menores, en centro de menores, con pequeños periodos de libertad provocados por sus fugas. Fueron los antecedentes de lo que más tarde sería su periplo carcelario. Casi sin darse cuenta, se hizo mayor de edad y llegó la primera condena, luego otra y otra más..., ningún delito demasiado grave, solo robos de poca entidad –pero repetitivos–, varios intentos de fuga, mal comportamiento con los funcionarios, preso conflictivo, prácticamente ninguna formación... Nunca conoció el cariño de una mujer, claro que tuvo sus “rollitos” pero quedaron en eso “rollitos”, simples trueques de sexo y en ocasiones previo pago, pero una novia, una mujer que le quisiera de verdad..., nunca tuvo esa experiencia. A grandes rasgos ese es el retrato de Carlos.
Le restan cuatro años de condena, pero si no modifica su comportamiento, antes de cumplirlos se convertirán en algunos más, su marcada conducta antisocial le lleva de forma inevitable en esa dirección. Lo único que ha sabido evitar con firmeza han sido las drogas, siempre les tuvo aversión, el recuerdo de sus padres, probablemente haya tenido algo que ver, tal vez eso fuera lo único bueno que le legaron, aunque de forma involuntaria.
Es, lo que se dice, un tipo duro: nada le achica, a nada tiene miedo, nunca valora las consecuencias de sus actos..., pero si pudierais verle algunas noches, cuando incapaz de dormir se agita en la cama y vienen a su memoria las imágenes del padre ebrio pegando primero a su madre y luego a él; después las de la madre prostituyéndose, para costearse la dosis diaria. En más de una ocasión ha llorado en silencio, vuelto contra la pared, ahogando su llanto en la almohada... Nadie puede saberlo, si sus colegas se enteran que ha llorado, adiós a su aureola de dureza, no es cuestión de tirarla por la borda. En el submundo en el que se desenvuelve tiene sus ventajas. Le respetan, nadie le importuna, le tienen miedo...
Las historias de Juan y Alberto no son demasiado diferentes a la de Carlos, solo difieren en detalles accesorios, pero lo básico, lo que les ha destrozado sus vidas, ¡es tan parecido!: desamor, desencuentros, desengaños..., los tres y muchos otros responden a estímulos semejantes y, sin embargo, cada uno es una historia diferente: con sus problemas, sus inquietudes, sus miedos, sus dolores...
Hoy tienen ensayo, el sainete transcurre en la terraza de un bar y es para cinco personajes: tres hombres y dos mujeres. El problema que se les presenta es que solo está Carmen, les falta una mujer. Reunidos en la biblioteca, debaten sobre como resolver el asunto de la actriz que necesitan.
–Si no encontramos una mujer que esté dispuesta a colaborar, estamos listos. Ya lo advertí, pero os empeñasteis en que fuera ese sainete. Tampoco quisisteis adaptarlo para una sola actriz y ahora estamos bien fastidiados. Concerté con dirección las fechas, el salón para representarlo y se colocaron carteles por los tablones de anuncios. –Carmen está nerviosa y preocupada, un fracaso no es lo más recomendable para que sus proyectos sigan adelante.
–Oye Alberto ¿y tu novia?, la Dolores, ¿no la podrías convencer?, para que actúe con nosotros. –Carlos está muy motivado y ha ensayado su papel de camarero afeminado hasta la saciedad.
Carmen está encantada con la evolución de Carlos, de ser un «macarra» en toda regla, está evolucionando con una rapidez y una madurez insospechada para alguien que le conociese antes de integrarse en su grupo. Hace unos meses, hubiese sido impensable convencerlo para que hiciese ese papel y ahora, lo veía de una forma natural, incluso sus prejuicios hacia los homosexuales iban desapareciendo. Al verle tan implicado, Carmen no puede evitar mirarlo con cierto cariño y orgullo, de alguna forma, es como la madre que ve crecer y hacerse un hombre a su hijo.
–¿La Dolores? ¡Uf! No sé si querrá. Cuando hablamos, siempre me tira alguna pulla sobre esto. No tiene muy buena opinión de los cómicos, desde que tuvo un novio que trabajaba en un circo y se largo, sin decirle adiós.
–Hoy tienes «bis a bis» con ella ¿no Alberto? –José, como todos, está fastidiado por si no pueden representar la función. Trabajaron mucho para escribirla y han ensayado bastante. Si al final no encuentran otra actriz, podría ser un serio tropezón y eso le tiene más que preocupado.
–Sí, a la tarde. Se lo diré haber que me contesta. Pero no se, es de ideas fijas ¿sabes?
–Se me ha ocurrido algo, que puede ser la solución –cuando José ha dicho eso. Cuatro pares de ojos se han clavado en los suyos, esperando escuchar esa solución maravillosa. –Si no encontramos a nadie, el papel lo puedo hacer yo, vestido de mujer, como si fuese un travesti. Apenas tendríamos que modificar alguna frase.
–¡Claro! Y desde ese momento serías el «guardia maricón», hay mucho bruto por aquí. –Es Carlos, conoce a los presos y aprecia a José, no le dejará hacer nada que le perjudique–. Tenemos que encontrar una mujer, no hay otra solución. Tu, Alberto, habla con la Dolores, dile que se deje de zarandajas, que la necesitamos. Sin ella no hay función. Verás como cuando se sienta importante, acepta.
El resto de la reunión transcurre en esos derroteros, dándole vueltas al problema de la actriz.
El Centro es mixto, hay en él tanto hombres como mujeres, si bien separados. Como en todas partes en donde se encuentren los dos sexos, siempre surgen historias de amor: noviazgos y hasta alguna boda se ha celebrado entre sus muros.
Por la tarde Alberto y la Dolores celebran su “bis a bis”. La Dolores es una reclusa, cumple condena por tráfico de drogas. Pasó el estrecho y regresó con «hachís», la detuvieron y la condenaron a prisión, le faltan dos años para salir. Ella y Alberto se conocieron en el taller, donde coinciden y casi sin darse cuenta se hicieron novios.
–Mira Lola –a ella le gusta que la llame así, cuando está los dos solos–, para hacer la función necesitamos una mujer y el caso, es que yo creo que a ti, el papel te iría que ni pintado. Vamos, que está hecho para ti. Les he dicho que no se les ocurra decírselo a nadie que si tu lo quieres es tuyo.
–Y si yo digo que «nones». –Alberto no se sorprende, es lo que esperaba.
–Pues entonces, será para Ángeles, Juan tenía mucho interés en ella. –Le miente con descaro.
¿La Ángela? ¿Esa?, ¿que va interpretar esa? Diles que lo hago yo y no se hable más.
Solo faltaban cuatro días y Carmen tuvo que utilizar todo su poder de convicción para que el director del establecimiento autorizase a Lola asistir a los ensayos y para que durasen un poco más.
¿Que como resultó la función? Un rotundo éxito. La sala retumbaba de carcajadas durante la representación y al final de aplausos. Hasta se escuchó algún «bravo».
Pero lo mejor viene ahora, unos cuantos años más tarde, cuando todos en libertad y con sus cuentas con la sociedad saldadas. Se reúnen para cenar todos los años, el mismo día en que se celebró la función. Aquella fue una bonita experiencia y les gusta recordarla.
Carmen sigue con su trabajo y sus terapias, como es lógico no se reúne a cenar con todos los actores cuando salen en libertad, pero estos fueron especiales, fueron las primeros y les tomó un cariño muy particular. Además, ¿hay algún placer mayor que verlos a todos integrados en la sociedad? Carlos con un hijo. Alberto se casó con Lola, que luce una prominente barriguita, para dentro de tres meses esperan una niña. Juan vive en pareja y José dejó el Centro. Ahora tiene su propia consulta.

FIN
Para Carmen, ejerció de psicóloga, aunque tal vez, ellos nunca hayan llegado a comprenderlo. 

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