jueves, 9 de junio de 2011

EL SUEÑO


Las dos de la tarde. Inmóvil sobre la cama y sin ganas de levantarse, abre los ojos lentamente. Aleksandra mira confusa aquella habitación: los lujosos cortinajes de seda roja que adornan sus paredes, el enorme espejo del techo con su recargado marco dorado, los oleos con escenas de personajes mitológicos completamente desnudos, en posturas procaces demasiado explicitas y sugerentes.
Hace dos meses que tiene el mismo sueño recurrente. Está en Ochamchira, su pueblecito de Georgia. Camina descalza por la playa, siente como la arena, cálida y húmeda, se introduce entre los dedos de sus píes. El sol quema. La brisa es suave. Es feliz. En la lejanía divisa a Gocha, el pescador. Eufórica corre hacia él gritando su nombre y salta sobre los brazos amados, pero entonces, su adorado pescador desaparece y ella cae, asustada, presa de un pánico insoportable, engullida por la oscuridad de un abismo negro, profundo e interminable.
Cuando su angustia resulta insoportable despierta bruscamente: bañada en sudor, tendida sobre aquella mullida cama, envuelta en suaves sabanas de seda, cubierta por la mas delicada lencería y viendo reflejada su figura en el espejo del techo.
Unos golpes. El ruido de una cerradura. El chirrido de unas bisagras mal engrasadas y la puerta se abre. Entra una mujer madura, su cara ajada por los años, surcada de arrugas, está cubierta por una máscara de maquillaje, rimel y rojo de labios; lleva en sus manos una bandeja con un vaso de zumo de fruta, un tazón de café, una jarrita con leche y una tostada. Se detiene un momento y la mira con ojos maliciosos en los que se refleja la avaricia.
¡Vamos palomita! Te traigo el desayuno. –Deja la bandeja sobre la mesita y dando unas palmadas la apremia a levantarse– ¡Arriba! Tienes que preparate. Hoy es viernes y habrá movimiento.
Aleksandra entra en la ducha, abre el grifo y deja que el agua caliente mezclada con sus lagrimas resbale por su cuerpo durante un rato.
Lo mas terrible de su situación actual, es que fue Gocha, ¡su Gocha! Él fue quien la vendió. Primero la encandiló, hablándole de países lejanos donde había trabajo y prosperidad. Luego la convenció para que fuese ella en primer lugar. –Las mujeres encuentran trabajo con mas facilidad–, le dijo. Mas tarde –cuando hayas ahorrado lo suficiente también iré yo– le mintió. También le presentó a unas personas, en apariencia generosas y bienintencionadas, ellos le prestaron el dinero del pasaje. Lo que no le dijeron entonces, es que ahora tiene que devolverlo, encerrada en contra de su voluntad, prisionera de aquellos miserables, en aquel prostíbulo del que resulta imposible salir.


No hay comentarios: