jueves, 9 de junio de 2011

La rutina


El pastor se levanta. Siempre la misma rutina. Como cada mañana, bebe una taza de café templado del puchero que descansa medio enterrado entre los mortecinos rescoldos del fuego de la noche anterior.
El día comienza a clarear y él con paso cansino se dirige hasta el aprisco. El perro lo ve, se sacude con energía y se acerca solícito hasta el hombre. “Curro” es su único amigo, las ovejas no cuentan, solo son su medio de vida. El can le comprende, sabe cuando está alegre y cuando está abrumado por la monotonía, por la soledad.
El pastor siempre solo, con el rebaño y su perro.
El frío del alba hace que se arrebuje en su manta. Se acerca el invierno. Es tiempo de bajar el ganado al valle, antes de que las primeras nieves pinten de blanco las cumbres. Luego, con la primavera, regresará como siempre. Así transcurre su vida, siempre solo con su perro; las ovejas no cuentan, ellas no le comprenden.
Curro se acerca, es un buen perro y conoce su trabajo, sabe como mantener el rebaño unido y defenderlo de los lobos.
¡”Iaaaaaaaah”!, ¡Curro!, ¡dale!, ¡dale!
La mancha blanca se mueve y emerge un tumulto de cabezas que pugnan balando por permanecer enhiestas, la manada se ondula, estirándose y encogiéndose al acompasado ritmo orquestado por Curro. Llegan a una carretera, el pastor se coloca en el centro y Curro obliga a los borregos para que la crucen. Un coche se detiene conducido por un hombre de mirada fría e inexpresiva, a su lado una mujer y atrás los niños dormidos, todos en silencio. El hombre contempla al pastor, “Un hombre feliz, sin deudas, sin obligaciones, sin familia, sin responsabilidades...”. El pastor vigila el rebaño mientras mira de hito en hito a la familia que viaja en el coche, “Una familia”. Suspira.

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